Las ramas me arañaban el rostro y las espinas de los ciruelos silvestres me rompían la ropa. Los ladridos aumentaron, y escuché al jabalí gruñendo, jadeante. "Bolita lo está atacando", pensé, y apuré mi carrera. Sólo me detuve al divisar al jabalí acosado por un perro de caza, y a Bolita que lanzaba penetrantes aullidos.
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